Por Astrid Puentes Riaño
Si vives en este planeta deberías leer Laudato Si, la Encíclica publicada recientemente por el Papa Francisco I, y Enamorarse de la Tierra, artículo del Maestro Zen Thich Nhat Hanh. Deberías hacerlo por la dicha de reconectarte con la Tierra y porque ésta no se protege solo con normas y ciencia, sino con el corazón y el espíritu. Al final, esta Casa, nos guste o no, la compartimos todas y todos.
Citando al Maestro Zen, “nosotros y la Tierra somos una”, los dos textos nos conciernen a todos por encima de nuestras creencias, religión, perspectiva política, o nivel de conocimiento de la realidad ambiental del planeta.
No pretendo resumir estas publicaciones o evitarte la dicha de leerlas y experimentar de primera mano lo que consideres más importante de ellas. Mi intención es animarte a que las conozcas, pues ambas permiten entender la realidad de nuestro planeta y dan luces sobre qué hacer para que nuestro paso por la Tierra sea positivo. Lo que está en juego es, como diría el Papa, “nuestra dignidad” respecto de qué planeta le dejamos a los demás.
Es un documento extenso que, con ayuda de la ciencia, analiza las razones de fondo para la actual y grave situación ambiental del planeta, así como las posibles soluciones.
Esperaba con curiosidad la Encíclica. Me sorprendió gratamente su nivel de detalle, base científica y el amplio reconocimiento que hace del cambio climático como responsabilidad de los seres humanos. Al recordarnos la urgente necesidad de pasar de los combustibles fósiles a fuentes de energía sostenibles, y de controlar la contaminación atmosférica, el texto ilumina el camino hacia París, sede a fin de año de la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en la cual se espera alcanzar un nuevo acuerdo climático global y vinculante.
También fue grato ver el énfasis del Papa en la inequidad social del planeta y la relación entre los impactos de la degradación ambiental y la población más afectada por los mismos: los pobres y algunas comunidades, incluidas las indígenas.
No todo es perfecto. La Encíclica no se refiere a cómo las mujeres sufren más esos impactos, con lo que la deuda histórica de la Iglesia Católica con nosotras sigue pendiente.
El Papa señala a los más poderosos —entre ellos países, élites y empresas— como los principales, aunque no los únicos, responsables y, por tanto, aquellos que están obligados a encontrar soluciones. Es esperanzador leer esto dado que el Vaticano no se ha caracterizado precisamente por sus votos de pobreza, y especialmente porque soy latinoamericana y trabajo en esa región, la más desigual del planeta.
La Encíclica concluye que se necesita una “conversión ecológica” porque “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de la existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”. Ello se aplica a toda persona, pues proteger la obra de la naturaleza es la esencia del ser humano virtuoso.
Al leer la Encíclica y el artículo, seguramente notarás como yo que las conclusiones allí escritas no son nuevas. De hecho, el Papa Francisco recuerda a San Francisco de Asís, quien ya hablaba de la necesidad de proteger “Nuestra Hermana Tierra” en el siglo XIII. Así, el Papa y el Maestro Zen hacen un llamado urgente a que analicemos nuestra manera de vivir, consumir y tratar a la Tierra.
Entonces ¿por qué aún no cuidamos nuestro planeta como es debido?, ¿por qué necesitamos estos recordatorios? y ¿por qué parece que vamos de mal en peor?
No tengo la respuesta. Tampoco la tienen el Maestro Zen, ni el Papa. “Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental han resultado ineficaces, no sólo por la poderosa oposición, sino también por una falta de interés general”, dice el Papa Francisco.
Las tendencias en redes sociales son una dura constatación de esta falta de interés. Ciudades, países y el mundo entero se paralizan en los mundiales de fútbol, los Juegos Olímpicos o los concursos de belleza. Prestar atención a todo eso no está mal, pero sí la poca o ninguna atención que le damos a los problemas ambientales, a la desigualdad y a las soluciones.
La apatía debe terminar HOY. Allí radica la relevancia de estos documentos. Necesitamos involucrarnos, esforzarnos por entender su contenido, ponerlo en práctica y mostrar resultados, sin excusas.
El Papa reconoce que “la política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales”. A juzgar por la situación actual, diría que todos reaccionamos con lentitud. Cambiemos eso. Estoy segura que todos tenemos algo que mejorar y aportar.
Sin importar nuestras particularidades y solo por el hecho de vivir en la Tierra, tenemos una tarea pendiente que más nos vale asumir ya. Como dice el Maestro Zen Thich Nhat Hanh, cuidar y honrar la Tierra “no es una obligación. Es un asunto de felicidad y sobrevivencia personal y colectiva”.