Por Maria Eugenia Rinaudo Mannucci, analista ambiental, @Climateate
La vida en la Tierra surgió hace unos 3.500 millones de años, cuando las primeras células dieron inicio a un sinfín de cadenas biológicas y ecológicas, dando origen luego al ser humano, ese “recién llegado” albergado por este increíble y majestuoso planeta de unos 4.600 millones de años de antigüedad.
Pese al corto tiempo que llevamos habitando nuestro hogar, la involución del hombre ha alterado y modificado el sistema natural para satisfacer sus propias necesidades. Antes del inicio de la Revolución Industrial, la humanidad se desarrollaba a favor de su medio, tomando solo lo estrictamente necesario o, como prefiero plantearlo, junto con él y no en su contra.
Actualmente somos testigos de cómo nuestra codicia por tener un “poco más” de lo que debemos ha ido desequilibrando el holismo del planeta (concepto epistemológico que se basa en la interacción de todo el sistema ambiental) y cambiando su homeóstasis (condición que busca la estabilidad en los organismos vivos). Pienso que los seres humanos nos hemos desarrollado como un caso especial en la naturaleza. Lo evidenciamos día a día con nuevos datos, publicaciones y estudios sobre la creciente degradación ambiental que producimos.
Extraída de la Declaración de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano, les comparto esta reflexión que sugiere especial atención: "…En la larga y tortuosa evolución de la raza humana en este planeta se ha llegado a una etapa en que, gracias a la rápida aceleración de la ciencia y la tecnología, el hombre ha adquirido el poder de transformar, de innumerables maneras y en una escala sin precedentes, cuanto lo rodea…". Las problemáticas ecológicas de los últimos decenios han sido originadas por nuestra incompetencia como sociedad de no ver más allá de nuestra naturaleza humana, conducta que nos ha llevado a evolucionar de forma distante al ambiente y, a veces, incluso a nuestros semejantes.
La población mundial crece sin parar y su fuente de energía es altamente contaminante pues proviene principalmente de hidrocarburos que, al quemarse y trasladarse, liberan gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático. La insostenibilidad es un parámetro que abunda en los actuales estilos de vida. Damos por sentado que el entorno, la energía, el agua y los alimentos deben estar allí para nosotros día a día, hora tras hora. Entonces somos nosotros el principal problema.
El cambio climático está comenzando a destruir todo a su paso y no cesará. Este reto coloca a toda la humanidad en una encrucijada. Debemos hallar la forma de asegurar el desarrollo de todos los seres vivos cambiando todos los parámetros insostenibles, promoviendo la conservación de los recursos naturales y reconciliándonos con la naturaleza.
Debido a lo anteriormente expuesto, es imperativo que como sociedad, recalquemos las prioridades ecológicas enmarcadas en el desarrollo mundial: protección ambiental, lucha contra la pobreza y la inseguridad alimentaria, mitigación/adaptación del cambio climático, movilidad eficiente, etc. Teniendo en cuenta que ningún país es inmune al cambio climático, muchas han sido las iniciativas locales para enfrentar las crisis ecológicas y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. El empoderamiento de las comunidades como parte de la solución se ha convertido en los últimos años en un soporte considerable para gobiernos y organizaciones internacionales que trabajan por la mejora ambiental y social de las naciones.
La evolución en la percepción de los desafíos ambientales y sociales ha permitido —e influenciado— la búsqueda del camino más viable y seguro para sentar las bases de un desarrollo sostenible (encuentra aquí más información sobre ese concepto), apegado a la protección de los recursos naturales y la satisfacción de las necesidades de las sociedades. La sociedad del presente y las generaciones futuras juegan un papel clave en el establecimiento de políticas basadas en la preservación de los recursos naturales y su adecuado manejo a fin de asegurar su existencia.
La creciente presión que la humanidad ejerce en el entorno podría derivar en cambios extensos, acelerados e irreversibles sobre el sistema social y ecológico del planeta: por ahora, nuestro único hogar. Las graves problemáticas ambientales que afectan directamente a las sociedades —déficit de agua, problemas energéticos, falta de alimentos y producción de los mismos, regeneración de enfermedades, entre otros— son solo la punta del iceberg de las amenazas que el aumento de las temperaturas implica.
El sistema ambiental ha sido y será siempre esencial para la vida. Según el Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, las preocupaciones acerca del equilibrio entre la vida humana y el ambiente alcanzaron dimensiones internacionales recién en la década de 1950. Aún nos queda mucho camino por recorrer a pesar de los grandes avances mundiales.
La humanidad es altamente vulnerable a las variaciones del entorno y dependemos totalmente de los recursos naturales para satisfacer nuestras necesidades. El cambio climático representa una grave amenaza a la sobrevivencia de la especie humana. Ninguna nación es inmune a esto. El cambio climático se traduce en la pérdida de vidas humanas. El desarrollo sostenible es la única vía adecuada para prevenir y hacer frente a la situación. A nivel individual, es necesario transitar hacia estilos de vida más sencillos y sustentables (evitar el consumismo y despilfarro, tratar de reciclar, usar medios de transporte “eco” como bicis o compartir el auto, etc…). A nivel colectivo, la “búsqueda” hacia el camino de la sostenibilidad, debe seguir siendo una prioridad.
Actuar ahora y de forma inteligente debe ser una prioridad para todos, no solo para los gobiernos y organismos internacionales. Todos tenemos una responsabilidad ante ese entorno que nos hace más “humanos”. Nuestra generación es la responsable de actuar frente al cambio climático.
Sólo nosotros somos capaces de determinar el futuro de nuestro planeta, el cual depende de nuestras conductas y acciones, individuales y colectivas. Tenemos por delante muchos desafíos globales, pero el más preocupante (e inquietante al mismo tiempo) es modificar lo más pronto posible el comportamiento de cada uno de los habitantes de este gran hogar. El planeta está en riesgo y nosotros con él.