Llevo poco más de 13 años viviendo en la Ciudad de México. Y nunca como desde el pasado 19 de septiembre me había sentido tan orgullosa y feliz de vivir aquí.
Hoy, por encima de las lágrimas, el miedo y la angustia, me quedo con la solidaridad, el amor y otras muestras de una ciudadanía despierta que resuelve problemas y actúa unida.
Con todo, durante estas semanas, ha permanecido ese ánimo de ser ciudadanos, de ayudar y de compartir. Sintiendo felicidad y orgullosos de hacerlo, y en general sin dar publicidad de las buenas acciones.
Eso es justamente lo que espero que podamos rescatar y mantener. En lugar de volver a ser habitantes anónimos y desconectados en esta monstruosa ciudad, habitantes temerosos de lo desconocido, de las sombras y de los otros. Convendría reinventarnos para ser y ejercer nuestra ciudadanía: ser habitantes involucrados y activos.
Es lo mínimo que podemos hacer para honrar a las personas que fallecieron y que perdieron sus casas y formas de vida. Solo así habría valido la pena todo el dolor.
Hace un mes, después del temblor de las 13:14, la Ciudad de México fue otra. Sus habitantes salimos a las calles a ayudar. Lo hicimos según nuestras propias posibilidades. Fue impresionante cómo pusimos nuestras profesiones, oficios y pasatiempos al servicio de los demás: medicina, ingeniería, arquitectura, cocina, albañilería, carpintería, psicología, terapia, abogacía, educación, comunicaciones, actuación, arte. Todo fue útil de una y mil maneras.
El rol de vecinos y negocios fue esencial. Una gran cantidad de restaurantes y cafés ofrecieron bebidas, comida y hasta los sagrados servicios sanitarios a quien lo necesitara. Se abrieron también a la gente redes de internet y conexiones eléctricas para la carga de celulares. A ello se sumó la labor de miles de personas en sitios derrumbados, y centros de acopio y distribución de ayuda.
Vimos una ciudad incansable, real, viva, despierta, conectada y solidaria.
Me pregunto entonces si mantener esas prácticas generosas haría que la calidad de vida en la ciudad mejore. Podríamos salir de la vergonzosa lista de las tres peores ciudades para vivir en América Latina, publicada por The Economist. Pero aún más importante: viviríamos más seguros, tranquilos y felices.
Si abordáramos los problemas de la ciudad de la forma en que actuamos durante las horas y días posteriores al sismo, muchas cosas serían diferentes.
Por ejemplo, ante la corrupción, si en lugar de solo quejarnos, hiciéramos una cadena humana para denunciarla, buscar las soluciones y en efecto implementarlas, ¿te imaginas la diferencia?
Si ante la contaminación ambiental, conociéramos mejor las causas y las soluciones y exigiéramos acciones efectivas al gobierno y a los responsables del daño.
Si ante las irregularidades en el desarrollo urbano, evidenciadas por el sismo, hiciéramos y apoyáramos una vigilancia ciudadana para asegurar que se den seguimiento a las quejas y se cumplan códigos y normas.
Si ante la inequidad, formaríamos otra cadena humana para una distribución equilibrada de los recursos allá donde se requiere.
Ya vimos que se puede, ya vimos que todos podemos dar un poco más de lo que en general damos. Vimos que cuando hay confianza y encontramos el tiempo de buscar cómo y a quién ayudar, la mayor recompensa en con nosotros mismos.
Así que hoy, a un mes del sismo, te invito a seguir siendo cadena humana, por nuestra ciudad, por nuestro país, por la región y por el planeta.
Porque al ser protagonistas y encontrar soluciones, en lugar de ser víctimas y permanecer en la zona de quejas, podemos hacer una diferencia. Vimos que el gobierno no alcanza y que en nuestras manos está demostrarnos que podemos hacer más.
De mi lado y desde mi trinchera, en AIDA, una organización regional no gubernamental, continuaré trabajando como abogada ambientalista. Con el compromiso adicional de seguir conectada con mis vecinos y comunidad para contribuir a la reconstrucción de la ciudad.
Y tú, ¿qué cadena humana formaste el día del sismo y cuál quieres formar o fortalecer ahora?