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Preservando el legado de la Sierra Nevada de Santa Marta, corazón del mundo

Elevándose abruptamente desde las costas del Caribe colombiano, la Sierra Nevada de Santa Marta alcanza los 5.775 metros de altura en sus picos Bolívar y Colón. Es el sistema montañoso costero más alto del mundo y un sitio donde la sabiduría de la naturaleza y la indígena convergen.  

El macizo montañoso conforma un territorio único en el que existen todos los pisos térmicos y donde la variedad de ecosistemas, animales y plantas es exuberante. Allí el mar está muy cerca de montañas y de nevados cuyo deshielo forma ríos y lagunas.

Pueblos indígenas protegen y cuidan esta riqueza natural con la autoridad que heredaron de sus antepasados. Se trata de los pueblos Arhuaco, Kogi, Wiwa y Kankuamo. En su cosmovisión, el territorio es sagrado e implica la comunión entre seres humanos, animales, plantas, ríos, cerros y divinidades ancestrales.

Pero su opinión no ha sido tomada en cuenta para el desarrollo de proyectos en la zona. Actualmente la existencia de la Sierra Nevada de Santa Marta está gravemente amenazada por 251 concesiones mineras, proyectos de hidroeléctricas, ganadería, urbanizaciones extensivas y obras de infraestructura.

Muchas de las concesiones fueron otorgadas sin procesos de consulta previa a los pueblos indígenas, lo que constituye una vulneración masiva, persistente y generalizada a sus derechos.

La minería —al implicar la contaminación y sedimentación de caudales— pone en riesgo la fuente de agua de los departamentos de Magdalena, César y Guajira, que se abastecen de los más de 30 ríos que nacen en la Sierra.

Todo ello ha hecho que este paraíso natural esté borde del no retorno, al igual que la vida tradicional de los pueblos indígenas, que depende enteramente de su territorio, de su espacio de sitios sagrados.

La Sierra alberga al parque arqueológico Ciudad Perdida, conocida como Teyuna, cuna de la civilización Tayrona y —según la tradición— origen de la naturaleza y corazón del mundo.

Los cuatro pueblos guardianes de la Sierra no están dispuestos a permitir que este legado natural y cultural desaparezca.

 


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Por Camila Cossio, pasante de AIDA El mes pasado, Cecil, un león africano de 13 años, fue rastreado y asesinado por un turista estadounidense. Cecil fue víctima de la caza de trofeos, un pasatiempo cruel que no sirve a ningún propósito de conservación. Si Cecil hubiera vivido en Costa Rica, podría estar vivo aún. Costa Rica es hogar de muchos de los principales depredadores, incluyendo a grandes felinos como los pumas y jaguares, y el gobierno está comprometido con su protección. En Costa Rica, cazar animales por deporte es ilegal. En 2102, el Congreso de ese país aprobó por unanimidad una enmienda a la Ley de Conservación de la Vida Silvestre, la cual prohíbe la cacería de trofeos y, en general, la caza de vida silvestre. Costa Rica es el primer país que prohíbe la caza, con excepción de aquella que responde a estudios científicos, subsistencia o reducción de la sobrepoblación. Los cazadores que no cumplen la ley pueden pagar multas de hasta 3.000 dólares o ser encarcelados por hasta cuatro meses. A la luz de la  muerte de Cecil, muchos cazadores de trofeos han argumentado que sus acciones apoyan los esfuerzos de conservación. Sin embargo, la ciencia nos dice lo contrario. Los depredadores naturales como los leones, lobos y osos ayudan a equilibrar los ecosistemas de la naturaleza al matar a los individuos más enfermos y débiles en una especie. Se trata de una selección natural en esencia. Por el contrario, los cazadores de trofeos tienen como objetivo matar a los animales más “deseados”, aquellos que lucirían mejor colgados en sus paredes y que tienden a ser depredadores principales y saludables como Cecil. Al cazar depredadores saludables, los seres humanos interfieren con el delicado balance de las poblaciones de esas especies. Por ejemplo, si un león dominante como Cecil es asesinado, es común que un nuevo león mate a los cachorros del exlíder para hacerse cargo de la manada. Esta alteración no habría ocurrido si Cecil no habría sido cazado y asesinado. Otro tipo de alteración está ocurriendo con las poblaciones de lobos en Estados Unidos. La sobrecaza de lobos rojos llevó a un incremento de la población de coyotes. Al crecer la población de coyotes, el número de muchos depredadores más pequeños, como los zorros, se redujo también. Los zorros se alimentan de los mamíferos que infectan a las garrapatas con la enfermedad de Lyme. No es coincidencia que los seres humanos enfrenten actualmente la mayor incidencia jamás documentada de la enfermedad de Lyme. Casos como éste dejan claro que los depredadores tienen un rol vital para la salud humana y la de los ecosistemas animales. La cacería de trofeos también crea un mercado para la caza furtiva de especies amenazadas y en peligro de extinción. La caza de trofeos organizada implica que las poblaciones de animales se están “recuperando” y no están en peligro, incrementando así la explotación de poblaciones ya vulnerables[1]. Costa Rica es pionero en la legislación sobre vida silvestre y en la protección de la misma. Así lo evidencia su ley histórica y acciones diarias de las que soy testigo como parte de mi pasantía en la oficina de AIDA en San José. Veo la preocupación de la nación reflejada en el trabajo de nuestros abogados y abogadas para proteger especies en peligro de extinción. Y también la veo en las calles, en etiquetas adheridas a los parachoques con la imagen de felinos grandes como Cecil y la leyenda “Los Animales Tienen La Vía. Respétalos”.   [1] Cecil y el Mito de la Conservación Mediante la Caza Deportiva (artículo en ingles), http://www.friendsofanimals.org/news/2015/august/cecil-and-myth-conservation-through-sport-hunting (consultado el 5 de agosto de 2015).

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Por Héctor Herrera Santoyo Dios está con nosotras y nosotros en la defensa del ambiente. Es el primer ambientalista. En su Encíclica Laudato Si, también conocida como la Encíclica ambiental, el Papa Francisco señala: “La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes.” Todas las religiones coinciden en explicar que el planeta que compartimos con otras formas de vida, fue creado por la divinidad. Y, obviamente, cuidar esa creación es uno de nuestros deberes religiosos primordiales. Así lo han declarado los más altos representantes de las iglesias de todo el mundo, desde la Católica hasta la Musulmana, pasando por la Hinduista o la Ortodoxa.  El planeta y los seres que lo habitamos padecemos hoy impactos ambientales serios. La contaminación de océanos y ríos, el cambio climático, el deterioro de suelos, la extinción de especies y la desaparición de bosques son algunos de los males que aquejan al ambiente. Ante este panorama desolador, iglesias diversas coinciden en conminar a las personas creyentes a cuidar su entorno. ¿Qué dice el Papa Francisco? En Laudato Si, el Papa Francisco retoma las enseñanzas de Juan Pablo II al señalar que “la destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación.” La Encíclica recoge también la posición de la Iglesia Ortodoxa turca. “El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta”, se lee en el texto. El Papa narra además que San Francisco de Asís, quien invitó a “cuidar todo lo que existe”, pedía siempre que en su convento se dejara sin cultivar una parte de la huerta para que brotaran hierbas silvestres. Así, quienes las admiraran podrían elevar su pensamiento al autor de tanta belleza: Dios. El Papa exalta a todas las personas que suman esfuerzos en defensa del ambiente: “Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos.” En esa misma línea, la Conferencia de Obispos de Sudáfrica declaró que “se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios”. ¿Qué dicen otras religiones? La religión musulmana también invita a defender el ambiente. Eruditos musulmanes calificaron al cambio climático como una amenaza grave. La Fundación Islámica para Ecología y Ciencias Ambientales declaró: “Allah creó el mundo en Mizan (balance), pero a través de la fasad (corrupción), los seres humanos han causado el cambio climático, junto con una serie de efectos negativos sobre el medio ambiente que incluyen la deforestación, la destrucción de la biodiversidad y la contaminación de los océanos y los sistemas de agua.” Para aprender cómo el Confucianismo, el Hinduismo, el Cristianismo y tradiciones religiosas indígenas promueven la defensa ambiental, puedes consultar Ecología y Religión, libro publicado en 2014 por  John Grim y Mary Evelyn Tuckner. Mejor ahora que mañana Estas enseñanzas religiosas y ambientales son muy importantes, más aún cuando nos acercamos a momentos definitivos en esta lucha por proteger la creación de Dios, nuestro planeta. En diciembre tendrá lugar la 21ª Conferencia de los Estados Parte de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en París. Se trata de la última oportunidad para que las naciones del mundo alcancen un nuevo acuerdo vinculante para evitar una catástrofe climática global. La humanidad enfrenta otros retos similares respecto de las fuentes de energía, el uso de combustibles fósiles, el cultivo de alimentos, el manejo de desechos y la protección de áreas naturales. Las religiones del mundo y su compromiso con la protección del planeta nos dan una razón poderosa para unirnos a la lucha. En AIDA lo hacemos a diario. Usamos la ley para proteger las fuentes de agua dulce, los derechos humanos afectados por la degradación ambiental, los ecosistemas marinos y costeros, y para promover soluciones adecuadas al cambio climático. Todos podemos hacer algo, desde cambiar nuestros hábitos individuales que perjudican el ambiente hasta presionar por soluciones estructurales. Podemos, por ejemplo, renunciar al uso de bolsas plásticas y presionar a nuestros representantes electos dejándoles saber que sólo votaremos por aquellos que apoyen alternativas ambientales a las fuentes energéticas fósiles. ¡Hagámoslo pronto! ¡Amén!

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Por Gladys Martínez “Mi mamá es la mejor abogada del mundo porque defiende a las tortugas, a los corales, a unos bosques salados que hay en el mar y a toooodos los peces”. Cuando escuché a mi hija Daniela, de cuatro años de edad, decir eso frente a un auditorio de padres, niños y niñas, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón, de emoción y felicidad. Escuchar a mi pequeña presumir lo que su mamá hace renueva mis fuerzas para seguir trabajando apasionadamente. Daniela resumió muy bien mi trabajo como parte del equipo de abogadas del Programa de Protección Marina y Costera de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA). Mis compañeras y yo contribuimos a la protección de los recursos marino-costeros del continente americano bajo tres ejes: arrecifes de coral, manglares y pesca. Usamos las normas nacionales e internacionales en favor de los ecosistemas marinos y de las personas que dependen de ellos. Los arrecifes de coral En AIDA sabemos que al proteger los arrecifes de coral, preservamos una barrera natural que reduce los impactos de tormentas y huracanes, fenómenos cada vez más intensos debido al cambio climático, en las comunidades costeras. También estamos conscientes que gran parte de las especies de peces que disfrutamos en nuestra mesa aún existen porque tienen en los arrecifes un hábitat de reproducción importante. Los manglares Los manglares o “bosque salados” como los llama mi hija, son bosques pantanosos que existen en lagunas, riberas y costas tropicales donde el agua dulce del río se mezcla con el agua salada del mar. Mis compañeras y yo estamos decididas a salvaguardar estos ecosistemas porque sabemos son nuestros mejores aliados. Capturan hasta 50 veces más dióxido de carbono que los bosques tropicales. Además, son fuente de alimento para aves y centros de reproducción y desarrollo de especies de fauna marina como el camarón, el cangrejo y algunos peces que a su vez son el medio de sustento de comunidades costeras. Un ejemplo de ello es Marismas Nacionales, el mayor bosque de manglar de México y el cual buscamos preservar. La pesca Finalmente y conscientes de que los ecosistemas se interrelacionan y dependen unos de otros, en AIDA trabajamos por la implementación de estrategias legales y técnicas para una pesca sostenible. Si cuidamos un pez, el resto de los peces también resultará beneficiado. Queremos que las generaciones futuras puedan saborear un pescado de mar y no solo lo observen en una foto. Hemos visto que la adopción de medidas adecuadas han permitido la recuperación de poblaciones de peces como ocurrió con el “hoki” en Nueva Zelanda, o la anchoveta en España y Francia y el bacalao en la región del norte oceánico. Cada día disfruto y agradezco el privilegio que tienen mis hijos, Daniela y Agustín, de poder correr en medio de un bosque, meter los pies en el mar y sentir el movimiento de pequeños peces entre sus dedos, o maravillarse al ver por primera vez alguna especie de mariposa o árbol. En esos momentos reafirmó las palabras que mis padres nos dijeron a mi esposo y a mí un día: “Valen más muchos buenos recuerdos al aire libre que muchos juguetes en la casa”.  En AIDA somos 26 personas trabajando a lo largo del continente con entrega y compromiso. Lo hacemos por Daniela y Agustín, y mis hijos, y por el resto de pequeños y pequeñas que ya son parte de la organización: Amber, Esteban y Eloísa, Constanza, Jared, Isabelle y Caroline, Izabela, Paloma, Marc y Rosalie. Trabajamos por nuestros hijos y por los de todos, para que las generaciones actuales y futuras tengan la oportunidad de gozar de un ambiente saludable. ¡Gracias por apoyar nuestra labor!

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