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Foto: Paolo MacorigCuidando la biodiversidad de México de la minería submarina
La Bahía de Ulloa, en Baja California Sur, México, es escenario de la hazaña migratoria de la ballena gris. Cada año, miles de ejemplares de ese mamífero llegan allí para dar a luz a sus crías.
La zona también es vital para el tránsito, alimentación y refugio de la ballena azul, la ballena jorobada y otras especies vulnerables como la tortuga caguama. Es hogar además de especies de interés pesquero como almejas, langostas y camarones.
Ese entorno marino, las condiciones de vida de la fauna que alberga y los medios de sustento de comunidades que dependen del turismo y la pesca en el lugar, están en grave riesgo. En la Bahía de Ulloa, el proyecto minero Don Diego pretende extraer, durante 50 años, 350 millones de toneladas de arena fosfática del fondo marino, cantidad equivalente al 60% de la superficie de la Ciudad de México.
La ballena gris y otras especies de ballena y tortuga marina que habitan la zona o que la recorren, se comunican entre sí, se mantienen unidas y encuentran alimento por medio de sonidos. Para obtener la arena fosfática, el proyecto emplearía grandes barcos de dragado, generando un gran ruido en el área y poniendo en riesgo la sobrevivencia de estas especies al posiblemente alterar su entorno y modificar su comportamiento.
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Cambio climático: El combustible perfecto para huracanes
Una sucesión de huracanes inusuales golpeó con una fuerza brutal al continente en sólo un par de semanas. Harvey e Irma dejaron ciudades sumergidas bajo el agua, daños graves en hogares e infraestructura e incluso la pérdida de vidas; mientras que Lidia, Katia y José llegaron con lluvias intensas que provocaron inundaciones y otros daños. ¿Cómo es que estos fenómenos tomaron tanta fuerza? El cambio climático es una gran parte del problema. Los huracanes Harvey e Irma son ejemplos de lo que una tormenta alimentada con suficiente combustible puede hacer: territorios inundados, deslaves, inmuebles dañados, muertes y miles de afectados. En este caso, es el cambio climático el que da energía a los huracanes y les agrega potencia. Lo hace al aumentar la temperatura del aire y producir a su vez mayor humedad, de la cual se alimentan las tormentas, haciéndose por tanto más intensas y realmente violentas. Además, el calentamiento global ha acelerado el deshielo en las regiones más gélidas del mundo. Y el derretimiento de glaciares ha hecho que el nivel se eleve. En los últimos 20 años, el nivel del mar ha aumentado anualmente 3,2 milímetros. Esto, sumado al aumento de la temperatura en los océanos, que deriva en mayor humedad, significa más potencia disponible para los huracanes, que también obtienen energía de los océanos. Sin embargo, los huracanes no son fenómenos aislados. América Latina se enfrenta año tras año a una serie de catástrofes naturales que el cambio climático agrava, de la más variada naturaleza. Al ser una región vulnerable, los daños causados son también más intensos. La vulnerabilidad de una región Eventos relacionados con el clima extremo, la crisis del agua, los desastres naturales y la capacidad para sobrellevar los efectos del cambio climático, son los riesgos con mayor impacto a nivel mundial este año, según el Informe de Riesgos Globales 2017 del Foro Económico Mundial. Estos riesgos ya se viven en América Latina, donde la vulnerabilidad ambiental es un hecho. Revisemos algunos ejemplos recientes ocurridos en diferentes países: Este mes en México, el huracán Katia causó inundaciones, deslaves, infraestructura dañada y pérdidas humanas. Ese país es uno de los más vulnerables del mundo ante los efectos del cambio climático debido a su ubicación entre los océanos —que lo dejan expuesto a tormentas, inundaciones y huracanes— y sus altos niveles de pobreza. El noroeste de Perú, lluvias intensas que ocurrieron luego de un periodo de sequía extrema, causaron el desborde de ríos, el colapso del sistema de alcantarillado, derrumbes y deslizamientos. Lo anterior dejó como saldo más de 90 muertos, 110.000 damnificados y unas 150.000 personas sin hogar. En Colombia, el 1 de abril, una gran avalancha producida por lluvias intensas arrasó con el pueblo de Mocoa, en el departamento de Putumayo. En Chile, los cambios extremos del clima provocaron intensas sequías que causaron en el verano incendios forestales que destruyeron más de 500 mil hectáreas y arrasaron el centro y sur del país. El fenómeno natural El Niño, potenciado por el cambio climático, afectó gravemente al Corredor Seco Centroamericano el año pasado. La falta de lluvias, que comenzó a mediados de 2014 y tuvo una duración inusual, provocó la pérdida de cultivos de cereales básicos y la muerte de ganado en El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Y ¿cómo apagamos el fuego? La ola de sucesos climáticos extremos a lo largo de la región y del mundo debería ser visto como un llamado a la acción. Gobiernos y ciudadanos deben actuar juntos para buscar soluciones y reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Los gobiernos deberían orientar sus esfuerzos a: Reducir la emisión de los contaminantes climáticos de vida corta, gases que permanecen poco tiempo en la atmósfera y cuya disminución permite tener resultados en menos tiempo. Planificar y gestionar adecuadamente el territorio, identificando los lugares más vulnerables y construyendo infraestructura estratégica y flexible, que soporte y aminore el impacto de los fenómenos naturales. Preservar entornos naturales que cumplen funciones climáticas vitales, como los bosques y manglares que capturan dióxido de carbono de la atmósfera, o los arrecifes de coral, que sirven de barrera natural contra tormentas y huracanes. Usar los recursos económicos destinados a combatir el cambio climático con base en las necesidades de las propias comunidades, que a menudo no son debidamente consultadas, desaprovechando su conocimiento local para tomar mejores decisiones. Todos podemos contribuir a la lucha. Acciones cotidianas como un consumo responsable de agua y energía, usar menos el automóvil, reciclar y cambiar nuestros hábitos de consumo dañinos para el ambiente, hacen una gran diferencia. AIDA trabaja junto con gobiernos, organizaciones y comunidades para promover en América Latina un desarrollo compatible con los retos impuestos por el cambio climático. ¡Conoce más de a qué nos enfrentamos con el cambio climático y cómo hacerlo mejor en un seminario en línea este 29 de septiembre!
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Las represas que no pudieron contener al huracán Harvey
Las represas Addicks y Barker fueron construidas cerca de Houston, Texas, precisamente para salvar a esa ciudad estadounidense de posibles inundaciones. Pero la enorme capacidad de almacenamiento de los embalses no fue suficiente para contener los más de 15 mil millones de galones de agua que el huracán Harvey llevó a Texas en menos de una semana. Ante una realidad climática con fenómenos naturales cada vez más intensos, ¿son las represas la mejor opción? El Huracán Harvey apareció en las costas de Houston la noche del 25 de agosto. Sus lluvias intensas convirtieron la ciudad en un inmenso lago. El huracán causó muertes y la evacuación forzada de más de 30,000 personas. Al ser una ciudad prácticamente plana y ubicada casi al nivel del mar, Houston es particularmente susceptible a las inundaciones. Para protegerla, se construyeron en los años 40, dos represas en sus inmediaciones: Addicks y Barker. En conjunto, las represas pueden contener más de 132 mil millones de galones de agua. La enorme capacidad de estos embalses significa que si llegaran a romperse, toda la ciudad quedaría sumergida. Con la lluvia de Harvey, ha caído tal cantidad de agua que las represas recibieron más de lo que pueden albergar. Para evitar desbordes descontrolados, que podrían haber resultado catastróficos, las autoridades se vieron obligadas a liberar gradualmente agua de los embalses. Sin embargo, las medidas de precaución no bastaron para evitar el desborde de una de las represas. Addicks comenzó a desbordarse el lunes 28 de agosto y se preveía que la represa Barker correría la misma suerte, lo que finalmente no pasó. Lo ocurrido con Addicks llenó de más agua una ciudad prácticamente anegada por completo. El colapso no debería haber sido una sorpresa para nadie. Desde el 2009 se sabía del peligro que representaban las dos grandes infraestructuras. Antes, las represas estaban ubicadas en un territorio rural sin nada alrededor, en los condados de Harris y Fort Bend. Ahora han sido llevadas a sus límites, en gran medida debido a las personas y edificios que coexisten actualmente aguas arriba y aguas debajo de los embalses. De hecho, antes de la llegada del huracán, ambas represas estaban en un proceso de renovación por un costo de 75 millones de dólares. Pero los esfuerzos e inversiones no fueron suficientes para que pudieran adaptarse adecuadamente a los sucesos extremos que trae el cambio climático. Lo más grave es que Houston se ha vuelto menos resiliente a los embates climáticos. Sumado al natural envejecimiento de las represas que habrían de defenderla, y a la intensificación de los fenómenos climáticos, 50% de sus humedales fueron reemplazados por concreto. Desde 2001, se construyeron en la ciudad alrededor de 360 mil edificios sin adoptar medidas de mitigación que eviten que las nuevas construcciones cubran esos entornos naturales. Con esto, atribuido a una planificación urban inadecuada y a regulaciones débiles, se destruyó la defensa natural que tenía la ciudad contra tormentas e inundaciones. Las represas ante la realidad climática El momento que vivimos nos hace preguntarnos si los costos que implica construir y mantener grandes represas, valen la pena en tiempos de fenómenos climáticos cada vez más devastadores. Las represas son excesivamente costosas de implementar y encima de reparar. Desde 2010, unas 70 represas han fallado en Estados Unidos. La vulnerabilidad que presentan ante las lluvias hace que cuestionemos su compatibilidad con un mundo sacudido por los graves e inciertos efectos del cambio climático. Además, los embalses de las represas también pueden contribuir a exacerbar el cambio climático. Entre otras cosas, al inundar materia orgánica, emiten una gran cantidad de metano, un gas de efecto invernadero hasta 20 veces más potente que el CO2. De esta manera, contribuyen a que fenómenos como Harvey sean cada vez más intensos. Es hora de cuestionar y detener este peligroso círculo vicioso.
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América Latina avanza contra el cambio climático
Ante un Estados Unidos no comprometido con la lucha para combatir el cambio climático, América Latina avanza en esa tarea clave. Países de la región buscan proteger la naturaleza mediante leyes y proyectos sostenibles. Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer para que proyectos extractivos y de infraestructura sean implementados sin dañar el ambiente. Más de la mitad de la biodiversidad del planeta está en América Latina y el Caribe, región que alberga además al 40% de las especies de plantas y animales del mundo. Y, por si fuera poco, en el continente está la mayor cantidad de recursos genéticos de especies cultivadas y consumidas, una reserva clave para la seguridad alimentaria mundial. La pérdida de esa biodiversidad implica quedarnos también sin una gran aliada en la lucha contra el cambio climático, ya que las abundantes áreas verdes capturan el exceso dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera y permiten la regulación climática. Pero esos recursos están en peligro latente debido a los patrones de desarrollo insostenible, incluyendo las industrias destructivas, la tala indiscriminada de árboles, la agroindustria y la construcción de infraestructura inadecuadamente planificada y no sostenible como las grandes represas. Estados Unidos, uno de los principales emisores de los contaminantes responsables del cambio climático, ha negado el problema y les da la espalda a los esfuerzos mundiales para dar con soluciones efectivas. Ahora es el turno del resto del mundo. Algunos gobiernos de América Latina están dando el ejemplo con la adopción de leyes, políticas y proyectos orientados a cuidar entornos naturales fundamentales para contrarrestar los cambios extremos en el clima. Pese a ello, todavía necesitamos mejores decisiones y regulaciones más estrictas en la región. Límites, políticas y proyectos Como una taza de té caliente en un día gris, en Latinoamérica se han aprobado leyes y políticas para proteger ecosistemas claves, se ha dado voz a la gente en cuanto al cuidado de su territorio, y se han implementado proyectos sostenibles, el complemento perfecto para la larga lucha contra el cambio climático. 1. Prohibiciones a la minería. Algunos países de la región han promulgado leyes que protegen las fuentes de agua, los bosques y la biodiversidad global de los daños de la minería a gran escala: a) El Salvador: La Asamblea de ese país aprobó en marzo de este año una ley que prohíbe la minería metálica subterránea y a cielo abierto. La medida respondió a fuertes presiones de organizaciones ambientales y de defensa de los derechos humanos, así como de la iglesia católica. b) Colombia: En mayo pasado, el 98% de los votantes de Cajamarca le dijeron no a la minería en su territorio en una consulta popular, la cual fue una iniciativa ciudadana. 2. Protección de humedales. Los ríos, lagos, manglares y otros humedales son entornos fundamentales. Los manglares, por ejemplo, capturan más dióxido de carbono que los bosques tropicales. En la región, dos países han apostado por la creación de políticas nacionales orientadas específicamente a su conservación: México y Costa Rica. 3. Áreas protegidas. La creación de zonas naturales protegidas permite un manejo adecuado y responsable de los recursos naturales por parte de gobiernos y sociedad. En ese sentido, algunos países han caminado en la dirección correcta: a) Panamá: En 2015, ese país dio un gran paso al promulgar una ley nacional que protege el Refugio de Vida Silvestre Humedal Bahía, un ecosistema clave para la preservación de la biodiversidad y el suministro de agua. b) Chile: Ese mismo año, el gobierno chileno creó una de las áreas marinas protegidas más grandes del planeta, ubicada a 911 kilómetros al oeste de la costa del país. La decisión fue muy acertada considerando que el océano es un gran aliado para combatir el cambio climático, pues absorbe el 90% del exceso de calor provocado por el calentamiento global. c) Belice: El país prohibió el año pasado la exploración petrolera en su sistema coralino, el segundo sistema de corales más grande del mundo. Los arrecifes, como parte del bello océano, contribuyen capturando el dióxido de carbono de la atmósfera y favorecen a la generación de diferentes organismos marinos. 4. Proyectos verdes. Trabajando juntos, gobiernos, comunidades y organizaciones no gubernamentales de la región han implementado proyectos innovadores que consienten al planeta. Varios de ellos destacan como finalistas en la carrera por obtener uno de los Premios Latinoamérica Verde de este año: a) “Ser Pronaca Es Cuidar El Agua” (Ecuador): Proyecto de huella hídrica que busca reducir el consumo de agua, optimizando su uso y potenciado los sistemas de tratamiento. b) “Restauración y recuperación de bosques de Manglar” (Panamá): Reforestación de zonas de manglar en Panamá, afectadas por la industria bananera. c) “Una escuela sustentable” (Uruguay): Centros educativos sustentables. El primero fue construido en 2016 con manos voluntarias, y apoyo del sector privado, público y académico. Se utilizaron materiales reciclados en su edificación y el centro funciona con energía renovable. El camino establecido por todos estos avances es el que debemos seguir. Pero queda mucho trabajo por hacer y poco tiempo para hacerlo. En AIDA continuaremos promoviendo proyectos, programas, políticas y sistemas financieros que respondan a las necesidades y prioridades de América Latina ante el cambio climático.
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