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Preservando el legado de la Sierra Nevada de Santa Marta, corazón del mundo

Elevándose abruptamente desde las costas del Caribe colombiano, la Sierra Nevada de Santa Marta alcanza los 5.775 metros de altura en sus picos Bolívar y Colón. Es el sistema montañoso costero más alto del mundo y un sitio donde la sabiduría de la naturaleza y la indígena convergen.  

El macizo montañoso conforma un territorio único en el que existen todos los pisos térmicos y donde la variedad de ecosistemas, animales y plantas es exuberante. Allí el mar está muy cerca de montañas y de nevados cuyo deshielo forma ríos y lagunas.

Pueblos indígenas protegen y cuidan esta riqueza natural con la autoridad que heredaron de sus antepasados. Se trata de los pueblos Arhuaco, Kogi, Wiwa y Kankuamo. En su cosmovisión, el territorio es sagrado e implica la comunión entre seres humanos, animales, plantas, ríos, cerros y divinidades ancestrales.

Pero su opinión no ha sido tomada en cuenta para el desarrollo de proyectos en la zona. Actualmente la existencia de la Sierra Nevada de Santa Marta está gravemente amenazada por 251 concesiones mineras, proyectos de hidroeléctricas, ganadería, urbanizaciones extensivas y obras de infraestructura.

Muchas de las concesiones fueron otorgadas sin procesos de consulta previa a los pueblos indígenas, lo que constituye una vulneración masiva, persistente y generalizada a sus derechos.

La minería —al implicar la contaminación y sedimentación de caudales— pone en riesgo la fuente de agua de los departamentos de Magdalena, César y Guajira, que se abastecen de los más de 30 ríos que nacen en la Sierra.

Todo ello ha hecho que este paraíso natural esté borde del no retorno, al igual que la vida tradicional de los pueblos indígenas, que depende enteramente de su territorio, de su espacio de sitios sagrados.

La Sierra alberga al parque arqueológico Ciudad Perdida, conocida como Teyuna, cuna de la civilización Tayrona y —según la tradición— origen de la naturaleza y corazón del mundo.

Los cuatro pueblos guardianes de la Sierra no están dispuestos a permitir que este legado natural y cultural desaparezca.

 


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Compartimos con honda tristeza la noticia del fallecimiento del Dr. Robert E. Moran, un destacado hidrogeólogo que apoyó enormemente la promoción de la protección ambiental a nivel mundial y que fue un aliado comprometido para AIDA. Él murió el 15 de mayo pasado en un accidente automovilístico mientras estaba de vacaciones en Irlanda. Con más de 45 años de experiencia en monitoreo de calidad del agua y en geoquímica e hidrología, el Dr. Moran hizo un aporte invaluable a la lucha global por agua limpia y una minería responsable. Su trabajo como experto en los impactos ambientales de la minería lo llevó a colaborar con una amplia gama de actores, desde organizaciones no gubernamentales y comunidades indígenas, hasta miembros del gobierno y del sector privado. Fue un científico admirable y un férreo defensor de los derechos ambientales. Algunos de los proyectos recientes del Dr. Moran en América Latina incluyeron: una evaluación técnica en la mina de oro Veladero, en Argentina, tras un derrame de cianuro; asistencia y capacitación a funcionarios del Gobierno colombiano sobre inspección de minas de carbón y monitoreo de calidad del agua; e informes de evaluación de las declaraciones de impacto ambiental del proyecto Minero Progreso Derivada II en La Puya, Guatemala. El Dr. Moran también realizó evaluaciones de actividades mineras y de sus impactos en Bolivia, Colombia, Honduras y Perú, así como en África, Europa, Asia Central, Oriente Medio y Estados Unidos. Dedicó su vida a ayudar a otros a entender y evaluar mejor los verdaderos costos de las operaciones mineras. Muchos en el movimiento ambiental y personas de todas partes que lo tuvieron en su vida, extrañarán de sobremanera al Dr. Moran. En AIDA le honramos y agradecemos por su magnífico trabajo en la defensa de nuestro planeta.

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Anna Cederstav, codirectora de AIDA, expone en el taller. 

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En el taller, realizado en Lima, Perú, del 11 al 13 de mayo, expertos y expertas abordaron aspectos técnicos fundamentales en los estudios de impacto ambiental, así como medidas de prevención y monitoreo ambiental con miembros de la sociedad civil y del Gobierno peruano.   Presentaciones                        

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Antes de decidir ser mamá, escuché mil veces la pregunta: ¿Es buena idea traer más seres humanos al mundo? Yo también me la hice. Atendiendo únicamente a la razón, la respuesta casi obvia es no.  Las noticias nos muestran que vivimos en un planeta sobrepoblado, con falta de agua y cifras alarmantes de degradación ambiental, extinción de especies y contaminación. A ello se suman otro tipo de problemas y los que se acumulen en los próximos años. Ser mamá es difícil y ser ambientalista al mismo tiempo, aún más. Porque ser ambientalista equivale a luchar contra el monstruo de mil cabezas: un problema se resuelve y surgen otros 10. Implica recibir información a diario sobre la situación del planeta, las amenazas, las batallas perdidas, las personas y especies que sufren. Ante ello, es imposible hacer oídos sordos y no tratar de tomar las decisiones más correctas para nuestros hijos. La ignorancia deja de ser la excusa detrás de nuestras accciones. “¿Qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos?”, hemos escuchado siempre. Esa cuestión me parece obsoleta. Ahora se trata de saber en qué planeta viven ya nuestros hijos. Actualmente nos enfrentamos a un sin fin de factores a considerar antes de decidir algo tan sencillo como qué darles de comer. No basta con buscar una nutrición adecuada, un buen equilibrio de proteínas, vitaminas y minerales. Hoy, si tenemos un mínimo de información ambiental, es preciso saber si los alimentos a consumir son libres de pesticidas, no transgénicos, elaborados con ingredientes naturales…, la lista es interminable. Tratándose de esparcimiento, aprendizaje y libertad, en México —donde vivo— muy pocos niños y niñas tienen el privilegio de jugar en un río, un bosque, una playa, una montaña o simplemente en un parque con áreas verdes. Al margen de cuidarlos de problemáticas como la violencia y la trata de personas, las mamás debemos prevenir que nuestros hijos se expongan a niveles altos de contaminación en el aire. Pero entonces, si el mundo está tan mal, ¿por qué siguen naciendo más y más niños y niñas? Al parecer, los seres humanos no hemos apelado a la razón y a la ciencia que nos dicen que, a este ritmo, no habrá planeta que nos alcance. Dicen que las ranas no se reproducen a menos que sepan que habrá lluvia, pues de no haberla, el sustento de su descendencia peligra. En el mundo animal, son incontables las especies que regulan su reproducción con base en su estrecha relación con la naturaleza, y si las condiciones no son propicias, la reproducción no ocurre.  ¿Será entonces que el ser humano es la única especie que se reproduce a toda costa, sin importar las amenazas a su ambiente? ¿Será quizás que nos hemos recluido tanto en las ciudades, los supermercados y las computadoras, que ya perdimos toda conexión con nuestro entorno natural?  ¿O será más bien que nuestro instinto sabe algo que nuestra mente no? Entre lo que nos diferencia de otras especies está nuestra conciencia y la capacidad de autoreconocimiento y de ver más allá de nuestra propia supervivencia para buscar el arte, el amor, la realización del ser, la empatía, etc. Yo encuentro esa realización en ayudar a marcar la diferencia. Trabajo con las y los abogados de AIDA, que dedican sus habilidades, tiempo y compromiso a salvar un río, defender los derechos humanos, proteger bosques y selvas, evitar desastres ecológicos, darle sentido a la muerte de defensores y defensoras ambientales, resarcir daños a comunidades vulnerables y darle una voz a los más desprotegidos.  Es cierto que cada día escucho noticias terribles para el ambiente. Pero también constato lo que las noticias rara vez registran, y que cambian totalmente mi visión del futuro. Veo una cantidad enorme de personas preparadas, comprometidas, preocupadas y ocupadas en construir un mundo mejor. Son madres, padres, jóvenes, estudiantes, voluntarios y toda clase de seres humanos dispuestos a hacer lo necesario para ayudar a otros. Veo sobre todo una masa crítica de gente con fe en que podemos cambiar de rumbo, generar energías alternativas, mitigar los impactos, resarcir los daños, empoderar a los vulnerables, combatir la xenofobia y la codicia, y encontrar e implementar nuevos hábitos de consumo y formas más democráticas de hacer negocios.  Tengo el privilegio de trabajar en AIDA con gente de diferentes contextos culturales, sociales y académicos que se niegan a dar por perdida la lucha por la humanidad y a soltarse de la conexión divina con la tierra que nos da sustento. Son todos ellos y ellas los que me hacen pensar que tener hijos hoy en día no sólo es factible, sino deseable, siempre y cuando estemos dispuestos a inculcarles la generosidad, la compasión y el respeto hacia ellos mismos, hacia los demás, pero también hacia los animales, los árboles, los ríos y todo  a su alrededor. Muchas veces me cuestiono si lo conseguiremos. Me cuestiono si mi pequeña hija de cinco años llegará a ser adulta en un mundo donde el agua y el aire limpios sean un derecho que se da por sentado, o si serán bienes mercantiles por los que tenga que luchar, pues estarán al alcance de unos cuantos.  Aunque nunca me cuestioné si hice bien al traer a mi hija al mundo, me parece relevante volver a la pregunta general de si es buena idea traer más seres humanos a este mundo.   Veo cada mañana los ojos brillantes de mi hija, sus manitas inquietas, sus piernas bailarinas, su curiosidad incansable, su sonrisa, sus abrazos, su generosidad y compasión innatas; y mi respuesta es mil veces SÍ. Escucho su risa capaz de revivir las flores, la ternura con la que trata a los seres vivos y veo en ella un potencial enorme de contribuir a que la balanza se incline hacia un mejor futuro. Mi respuesta entonces sigue y seguirá siendo SÍ. AIDA es una organización internacional sin fines de lucro que usa la ley para proteger el ambiente en el continente americano. 

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